(L343) Memorias del subsuelo (1864)


Fiódor Dostoievski, Memorias del subsuelo (1864)

De nuevo viene en nuestra ayuda, para saciar y calmar –o tal vez no– nuestra angustia existencial, el gran escritor ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881). De él ya he comentado Los demonios (1872). Cada año, cuando llega el invierno, me agencio de un buen libro ruso para soportar mejor la obscuridad del cielo y del alma, el frío intenso de la estepa ilerdense. Época que no deja de ser dura para un hombre meridional. Afortunadamente en un mes todo habrá pasado.

Argumento: El protagonista se nos presenta como un hombre enfermo y malo. Tiene cuarenta años, trabajó en otro tiempo en la burocracia pero lo dejó. Resultaba un trabajador refunfuñón y grosero. Era empleado de octava clase, entró en la Administración para ganarse la vida solamente. Un pariente le dejó seis mil rublos en su testamento y se apresuró a pedir el retiro y a instalarse en su rincón. El cuarto donde vive es feo, está situado en el otro extremo de la población. Tiene una criada vieja y perversa. Sus rentas son exiguas, el clima de la ciudad es malo, pero nunca abandonará Petersburgo.

Nos dice que «Una conciencia demasiado lúcida es una enfermedad, una verdadera enfermedad».1 Posee un amor propio enorme. Es quisquilloso y se resiente con facilidad. Piensa que los más intensos placeres se los debemos a la desesperación. Se cree más inteligente que cuantos le rodean y por ello a veces se ha sentido lleno de cortedad.

«Cuando el deseo de venganza se apodera de su ser, los demás sentimientos quedan anulados, en tanto aquél le absorbe por completo».2 A la Naturaleza no le importan nuestros deseos, ni se para a averiguar si nos agradan o no sus leyes. Debemos aceptarla como es, con todas sus consecuencias. Es un muro. Pero ¿qué me importan a mí las leyes de la Naturaleza? No he de resignarme porque mis fuerzas no alcancen a derribar la muralla. He de tener conciencia de todas las murallas de imposibles y de piedras y no resignarme ante ninguna.

«Gandul es una profesión y un destino; es una carrera señor mío».3 Unido por relaciones de simpatía con cuánto hay de bello y sublime. Siendo inteligente un hombre no puede obrar a conciencia contra sus intereses. Sin embargo se arrojan a riesgos y peligros sin que nadie les fuerce. Siendo esto más agradable que todas las ventajas que pueda obtener.

Dostoievski se pregunta ¿Qué hombre, en plena posesión de su conciencia, podría respetarse? Las personas que se salen de lo vulgar y todos los hombres de acción son precisamente tales porque son estúpidos y cortos de luces.

Comentario: Excelente libro y excelente introducción al mismo de George Steiner que nos dice: “En la tragedia de la ciudad, el hombre subterráneo es a la vez quien sufre la humillación y el coro cuyo comentario irónico pone al desnudo la hipocresía de las convenciones. El hombre de las grandes profundidades posee la inteligencia sin la potencia, el deseo sin los medios. La revolución industrial le ha enseñado a leer y le ha dado un mínimo de distracciones; pero el triunfo simultáneo del capital y de la burocracia lo ha dejado sin gabán. Está metido ante su pupitre de empleado –Bartleby en Wall Street o Joseph K. en su oficina–, se afana con un servilismo lleno de acritud, sueña con mundos mejores y por la noche vuelve a su casa arrastrando los pies. Vive en lo que Marx ha definido como vagos limbos desolados entre el proletariado y la auténtica burguesía”.

Si hay un elemento importante aportado por la literatura moderna a nuestra visión del mundo es precisamente ese sentido de la deshumanización. ¿De dónde viene? Quizás sea un resultado de la industrialización de la vida, de la desvalorización de la persona humana causada por la hosca e indecible monotonía de los procedimientos industriales.

Como pintor del antihéroe, Dostoievski ha tenido una legión de discípulos. Si se añaden a su método la tradición picaresca más antigua, se tendrán Las confesiones de Gide. La Caída de Camus imita de una manera tangible el tono y la estructura de Memorias del Subsuelo.

Nuestro tiempo le ha dado al hombre motivos para aullar y para reír. El universo concentracionario –el mundo de los campos de la muerte– confirma sin discusión posible sus intuiciones profundas sobre la crueldad del hombre, sobre su tendencia, en tanto que individuo y en tanto que horda, a extinguir en sí mismo los últimos rescoldos de humanidad.

NOTAS:

1.- Fiódor M. Dostoievski, Memorias del subsuelo, Barral, Barcelona, 1978, p. 31.

2.- Ibídem, p. 35.

3.- Ibídem, p. 47.

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