(V3) Viaje al Castillo de Michel de Montaigne - (5)


Michel de Montaigne, Los ensayos (1595)

Con este artículo titulado Viaje al castillo de Montaigne termina la serie dedicada a Los ensayos de Michel de Montaigne (1533-1592). ¡Que final más acorde con su lectura que la visita al lugar dónde los escribió y vivió gran parte de su vida retirado de la sociedad!

Visitamos el castillo el 15 de agosto de 2008, está situado en un pueblito llamado Sant Michel de Montaige en pleno corazón perigordino. El acceso es evidentemente de pago y solamente se puede visitar, al ser una propiedad privada y vivir sus dueños en ella, la torre donde tenía la biblioteca y los jardines. La guía nos explicó una serie de anécdotas y curiosidades que quiero reproducir: Michel de Montaigne media solamente un metro y cincuenta y siete centímetros, lo que para su época donde los hombres median casi un metro setenta era poco, le gustaba montar a caballo, sobre todo caballos grandes, para compensar esta poca estatura.


Tenía un pequeño rincón excavado en la pared y cubierto por una cortina, donde se escondía cuando recibía alguna visita que no deseaba atender y que no se conformaba cuando le decían que el señor no estaba en casa. Se hizo trasladar una cama a su estudio, durante su enfermedad, padecía de cálculos renales, para poder seguir escribiendo y leyendo en su biblioteca formada por unos mil libros, algo inusual para una sola persona en su época. En las vigas de madera de esta torre Montaigne escribía las sentencias griegas y latinas que más le gustaban, algunas las borraba y volvía a escribirlas de nuevo.


Ya en la época de Montaigne el castillo producía su propio vino, al él se refiere en sus Ensayos. A modo de souvenir compramos alguna botella, aunque creemos que no es demasiado bueno, tienen de cinco tipos: un blanco dulce, un blanco seco, un tinto joven, un tinto crianza y un tinto reserva, para elaborar los blancos utilizan Sauvignon y Semillon y para los tintos Cabernet franc, Merlot y Cavernet sauvignon, la denominación de origen es Bergerac, todos ellos a unos precios muy moderados, lo que nos hace dudar de su bondad.


Al acabar la visita era la una y media y ya sabemos lo que son los franceses con la comida, si llegan las dos y no has comido te quedas con el estomago vacio, así que raudos y veloces buscamos un Auberge en la misma población de San Michel. Solamente quedaban dos mesas libres y afortunadamente nos admitieron, estaba regentado por una familia. Pasadas las prisas empezamos a mirar algunos detalles que nos parecieron curiosos, había una chimenea con fuego y brasas donde estaban asando un pollo con un mecanismo curioso, había un peso que se elevaba con una polea, el mismo contrapeso al bajar hacia girar una rueda dentada que hacía girar al pollo para que se hiciera por todos los lados, con la particularidad que cuando el peso llegaba al suelo la patrona tenía que volver a girar la rueda para elevarlo y continuar así el proceso.

Por un extraño milagro o encantamiento habíamos retrocedido en el tiempo y nos encontrábamos en la Francia de los años cincuenta. Pedimos un menú campagnard (menú campesino), que resulto bastante bueno. Estaba compuesto por una sopa de verduras con trozos de pan, un paté de campagne, una tortilla de jamón, champiñones o ceps, a elegir, y un entrecot a la brasa con guarnición, hecho en los mismos rescoldos que nos calentaban (la temperatura oscilo entre los 13 y los 20 grados durante el viaje realizado en el mes de agosto), de postre una tarta de frutas al horno, como bebidas agua y un vino de la casa que se podía beber.

Seguimos observando con más detenimiento la estancia y detrás nuestro había un mesa con una familia que estaba celebrando algo, había miembros de todas las generaciones, desde un grand-père muy encorvado que parecía viejísimo pero que acaba todos sus platos con gran fruición, a una petite fille, niña de unos cinco años muy mimada y que solamente quería estar en las faldas de su madre. Cuando reía (la mère) vimos que le faltaban varios dientes concretamente las dos paletillas de delante y parecía tener una edad indefinida. A otro miembro (l’oncle) le faltaba un dedo de la mano y cogía el tenedor para cortar el bistec como si fuera a clavárselo a alguien en la espalda. Por fin nuestras dudas se disiparon salió la dueña de la casa, arrastrando una pierna y los kilos de su cuerpo, portando un petite gâteau con dos velas que formaban el número ochenta y se lo pusieron al grand-père para que soplara, todos los presentes prorrumpimos en un gran aplauso y las felicitaciones se hicieron extensivas a todos los miembros de la familia. Doy gracias al azar por estos momentos dignos de una película de Buñuel.

Comentarios

  1. El País ha publicado en fecha 25/01/2013 un bonito artículo sobre el Castillo de Montaige:

    http://elviajero.elpais.com/elviajero/2013/01/24/actualidad/1359030277_052586.html

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  2. Gracias por el reportaje y las fotos. He leído recientemente el librito de Zweig sobre Montaigne y he sabido de las citas en el techo de la biblioteca...y eso me ha llevado a tu blog, del que tomo nota.
    Un cordial saludo

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  3. Tengo un blog de recetas de cocina propias que acabo de abrir y estuve buscando la historia del horno. Tenía una referencia del horno de Montaigne, pero quedé maravillada de saber que funciona todavía después de casi 500 años. Gracias por la información, estoy incluyendo su enlace para compartirla con mi círculo. Saludos y siga escribiendo.

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